El
dictador (nunca se es ex dictador) Jorge Rafael Videla en un reportaje a Cambio
16 repitió, en parte y muchos años después, conceptos que ya había desgranado
en varias de sus intervenciones en los juicios a los que ha sido sometido.
Agregó a sus frases de siempre una fuerte condena al actual gobierno, al que
acusó, como tantas veces en el pasado a todos aquellos que hemos luchado por el
enjuiciamiento y castigo de todos los genocidas y sus cómplices civiles, de
promover “un castigo colectivo a todas las Fuerzas Armadas”, llegó al extremo
de afirmar que “…hoy las instituciones están muertas, paralizadas, mucho peor
que en la época de María Estela Martínez de Perón…”
Al genocida no le resulta cómoda su situación actual y lo
que seguramente continuará, esto es, el avance de los juicios, impulsados no
por el gobierno de Cristina Fernández de Kirch-ner como cree o dice Videla,
sino por un mandato de lucha de la historia que arrancó antes de ahora. Arrancó
el mismo día que comenzó el genocidio e incluyó como actores centrales a las
Madres y familiares de desaparecidos, de asesinados, de presos políticos y
exiliados y a los organismos de Derechos Humanos como vanguardia indiscutida
durante los años más terribles de la dictadura, acompañados por organizaciones
políticas, sociales, sindicales y estudiantiles democráticas. En ese marco, el
actual gobierno acompaña acertadamente esta reivindicación central del pueblo
argentino.
Es obvio que estas declaraciones deben ser categóricamente
condenadas por todos aquellos que se reclamen democráticos. Particular rechazo
merece la frase relativa a que estamos peor que en la época de María Estela
Martínez de Perón. No sólo porque es absolutamente falsa y alejada de la
realidad, ya que el pueblo argentino luchó mucho para construir el grado de
democracia al que hemos llegado, sino, además, porque parecería querer abrir
camino a alguna aventura que, ciertamente, nuestro pueblo repudia. Ninguna duda
hay sobre el claro compromiso de todos los sectores populares, más allá de las
diferencias que muchos tengamos a diario con el gobierno nacional, de defender
la democracia que con tanto esfuerzo hemos logrado enfrentando en cualquier
terreno a aquellos que pretendieran abolirla o recortarla, sean militares o
civiles.
Pero las declaraciones de Videla no solamente molestaron
por estos aspectos.
Molestaron también a algunos porque pusieron al
descubierto, una vez más, que el gobierno de la dictadura genocida contó con la
complicidad de importantes sectores de la primera línea de la dirigencia
política de los partidos tradicionales, de la burocracia sindical, de
asociaciones profesionales, de la Iglesia Católica y del empresariado.
Y eso fue así. La dictadura genocida no hubiera podido
secuestrar, torturar, asesinar, y encarcelar a miles de personas durante años y
años, manteniendo en todo el territorio del país cientos de centros
clandestinos de detención si no hubiera contado con el apoyo, expreso o tácito,
de esos sectores de la dirigencia tradicional.
No podemos olvidarnos de la Triple A, que salida de la
cabeza de Perón y conformada durante su gobierno y el de María Estela Martínez
de Perón, con militantes de la derecha del PJ y la burocracia sindical, aportó
muchos de sus cuadros represivos, a partir del 24 de marzo de 1976, a los
grupos de tareas de la junta genocida. No podemos olvidar a Balbín hablando de
la “guerrilla fabril” y los supuestos peligros que ella traía. No podemos
olvidar a los burócratas sindicales haciendo las listas de delegados para ser
secuestrados. No podemos olvidar que de cerca de 80 obispos de la Iglesia
Católica, solamente tres o cuatro enfrentaron a la dictadura. No podemos
olvidar a Martínez de Hoz, los bancos, las financieras y los grandes grupos
empresarios nacionales y extranjeros que lucraron con los negocios que le
entregó la dictadura. No podemos olvidar el rol de silencio y encubrimiento que
cumplieron las empresas periodísticas.
Repudiemos entonces a Videla y sus dichos, pero prestémosle
atención a sus palabras, sobre todo en lo que incomodan a muchos que hoy
declaman, para sí o para sus partidos u organizaciones, un rol democrático que
nunca desarrollaron durante el terror.
Y, finalmente, frente a este tipo de declaraciones y
amenazas veladas renovemos nuestro compromiso de seguir luchando hasta que
todos los genocidas militares y civiles hayan sido condenados a cárcel común.
Es el mejor homenaje que podemos hacerles a nuestros queridos compañeros
desaparecidos, a nuestros compañeros de riesgo. A todos esos compañeros a
quienes debemos recordar de conjunto, por sobre cualquier posición o
pertenencia política particular, como colaboradores del progreso humano.
Fuente: Diario "Tiempo Argentino" - 21/02/2012
Autor: Marcelo Parrilli